
Se cuenta que acudía con frecuencia a la Universidad de Leyden, donde a menudo sostenía apasionados y polémicos debates con estudiantes y profesores. Siempre en latín.
Durante algunas de sus últimas comparecencias, Leibniz observó que un zapatero de su vecindario acudía regularmente a los claustros. Finalmente la curiosidad le pudo y un día se acercó a él, preguntándole si conocía el suficiente latín como para seguir el hilo de aquellas complicadas controversias culturales.
-No, -contestó el hombre-, de latín no sé nada, ni tengo intención de aprenderlo. Yo sólo vengo a ver cómo discuten ustedes.
-Pero, si no sabe latín, ¿cómo puede saber quién tiene razón en las discusiones?- preguntó el filósofo, cada vez más extrañado.
-¡Ah, eso!. Muy sencillo: cuando oigo que alguien grita mucho, sé con seguridad que no tiene razón.
Durante algunas de sus últimas comparecencias, Leibniz observó que un zapatero de su vecindario acudía regularmente a los claustros. Finalmente la curiosidad le pudo y un día se acercó a él, preguntándole si conocía el suficiente latín como para seguir el hilo de aquellas complicadas controversias culturales.
-No, -contestó el hombre-, de latín no sé nada, ni tengo intención de aprenderlo. Yo sólo vengo a ver cómo discuten ustedes.
-Pero, si no sabe latín, ¿cómo puede saber quién tiene razón en las discusiones?- preguntó el filósofo, cada vez más extrañado.
-¡Ah, eso!. Muy sencillo: cuando oigo que alguien grita mucho, sé con seguridad que no tiene razón.
Opinión del aprendiz:
La sapiencia no necesariamente va ligada a quien más estudios tiene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario